domingo, 16 de marzo de 2008

Con el veneno dentro

"Porque es así como te fastidia la vida. Te pilla cuando todavía tienes el alma adormecida y siembra en su interior una imagen, o un olor, o un sonido que después ya nunca puedes sacarte de encima. Y aquélla era la felicidad. Lo descubres después, cuando ya es demasiado tarde. Y ya eres, para siempre, un exiliado: a miles de kilómetros de aquella imagen, de aquel sonido, de aquel olor. A la deriva."
Alessandro Baricco, Tierras de cristal

No hay nada más terrible que despedirse de un amigo entrañable, un compañero de batallas nocturnas, un interlocutor de conversaciones infinitas. Sabes que sin su compañía los días serán muy aburridos y las noches más solitarias que nunca. Sin embargo te dices a ti mismo que la amistad no conoce de egoísmos, ni afanes de posesión así que caballero nomás aceptas su partida inevitable. Sobre todo porque el futuro viajante no puede ocultar la escandalosa felicidad que le produce alejarse de este pueblo. Te lo dice por teléfono, lo escribe por el Chat, lo recuerda cuando van a la playa, lo susurra cuando están en el cine, lo grita cuando esta ebrio. Y aunque pareciera que me quejo, procuro comprenderlo y compartir su felicidad pero tratando siempre de disimular el vacío que me producirá su ausencia.
Un par de lapos y dejo atrás, aunque sea por un momento, la melancolía de los buenos días vividos y me concentro en cumplir cabalmente con mi papel de anfitriona de su fiesta de despedida. Alquilo un place en una rica playa, gasto mis buenos soles para juntar a perro, pericote y gato en este magno evento y despedir a Zeta como se merece: bailando y bebiendo hasta el amanecer.
Llega el día de la fiesta y compruebo con alegría que nadie ha faltado. Aparece el viajante y veo con satisfacción que le alegra reencontrarse, antes de viajar sin aparente retorno, con tantos viejos amigos. De pronto descubre que en la Laptop de la mesa central pasan unas fotos suyas. Empieza a mirar a su alrededor buscando a la culpable pero me escabullo entre la gente a tiempo. Cuando regreso, no tarda en encontrarme y advierte que me arrastrará de los pelos si tengo alguna sorpresa más que intente hacerle llorar en público. Le aseguro que no habrá más sorpresas pero casi al final de la noche Zeta está llorando de puro ebrio y en vez de arrastrarme de los pelos me hace sentir la magnitud de su cariño.
Durante años negamos a los demás y a nosotros mismos cualquier posibilidad de romance o enlace moderno, básicamente porque aducíamos conocernos demasiado. El se sabía al dedillo cuáles eran mis debilidades y yo las suyas. Que le podría decir al descubrirme extraños moretones o cuando yo descubriera que ha salido a “cenar” con alguna ex. Bajo el paraguas de la amistad uno pasa por alto muchas cosas pero si hubiéramos sido pareja, la cosa se pondría seria. Así que en un acto de aparente sensatez emocional hicimos nuestro aquél refrán que dice “Ante la duda, la abstinencia”. Eso nos funcionó bien bastante tiempo, hasta ayer, cuando desperté con el sonido del mensaje de texto que envió minutos antes de partir, confirmando así que lo vivido hace algunas horas no fue un sueño, que la flor de plástico que dejó sobre la almohada es para mi y que es verdad todo lo que dijo sentir y que volverá. Sin embargo recuerdo que apenas se ha ido y aunque me sienta más sola que un patio de colegio en época de vacaciones lo cierto es que aún me queda el olor de su piel pero sobre todo, el veneno de su amor tardío muy dentro de mí.
Soundtrack del post: Lunes por la madrugada, Los abuelos de la nada
"Yo cierro los ojos y veo tu cara que sonríe cómplice de amor..."


boomp3.com

1 comentarios:

Manuel Cadenas Mujica dijo...

Karina: El veneno que tienes en el alma es el de la poesía. Sabes transformar la vida en su sustancia inasible. Consigues arrancarle la piel y comértela cruda. No dejes de escribir y publica ya.
Manuel