domingo, 3 de febrero de 2008

Al compás de un recuerdo

Si haz leído con atención y detenimiento este blog o mi espacio de Windows, te darás cuenta que la música para mi es importante. No me considero para nada una experta en el tema, ni una voz autorizada para decir “si no haz escuchado esto no sabes nada de música”. Al contrario, ese tipo de comentarios me parecen asquerosamente esnobs.
Escucho la música que me place escuchar y siempre estoy buscando nuevas canciones que acompañen mis días. Es así que la música está presente en mis buenos y malos momentos. En los ratos de éxtasis y en las horas muertas. Me despierta cuando lo necesito, me relaja cuando hay demasiado trabajo. Se cuela en medio de una conversación de Chat o es cómplice cuando cruzo miradas con aquella persona que me interesa. Me ayuda a enamorar cuando se la dedico a alguien, pero sobre todo me transporta a mis más atesorados recuerdos.

Es así que mientras me dirijo al depa del DJ que pondrá la música en el cumpleaños de una de mis mejores amigas, con el propósito de seleccionar la música de la fiesta, me resulta inevitable recordar mis cumpleaños infantiles y la música que bailábamos por ese entonces.
Cuando era niña, mi familia siempre celebró mi cumpleaños apoteósicamente, sobre todo desde los 0 hasta los 7 años, con fiestas que quedarán en el recuerdo. Niño que venía, niño que se divertía. El cojo bailaba, el mudo cantaba. La diversión siempre estaba asegurada. Mi viejita se rompía los riñones decorando la casa con cadenetas de colores, serpentinas de esquina a esquina y globos en el techo. La mesa hervía de golosinas: caramelos lugón, canchita saladita, chizitos chipy, gelatina royal, etc. En medio, la torta de Los pitufos, La abeja maya o Sheera, adornada con velitas que nunca se apagaban. La piñata jamás podía faltar. Sin lugar a dudas mi parte favorita de la fiesta. Nada como hacer tu colita al compás de “rómpela, rompe la piñata”, esperar el turno para liberarte del estrés de ser niño (comprobado hoy en día) y agarrar a palazo limpio a tu piñata de Fresita día, La pequeña lulú o cualquier otro personaje del momento. Finalmente lustrabas el piso con tus pantys blancas en pos de agarrar siquiera un puto juguete de plástico. Y, claro, en medio de todo ese caos de diversión infantil, Yo, la reina de corazones, con su respectiva corona dorada cuya liga le cortaba la yugular, pero finalmente feliz, plena… reina.
Si pudiera hacer un soundtrack de esos años de celebración infantil tendría que mencionar al DJ más celebrado de la época: el hermano de mi madre, el inefable tío Américo, con sus ya famosas mezclas: “Arroz con mango I, II, III”, “El imperio contraataca: que vivan los ochentas I, II, II” y “Si te duermes te atrasan: medley de merengues”, entre otros. Es así que los infantes gozábamos desmesuradamente con el contraste de ritmos producto del cerebro ecléctico de mi buen tío. Comenzábamos con Yola, (la reina de los niños ochentenos y hasta sesenteros) y sus canciones más inocentes como La feria de Cepillín, Mi ranchito, Mi barba tiene tres pelos pasando por Mi merenguito, Sabor a miel y algún otro aborto de su época rocker que felizmente no recuerdo (seguramente algún dueto con Feizer). Luego pasábamos a los Parchís y sus fichas de colores y a Menudo con su invitación a subirte a su moto.
Un descansito para las fotos y unas refrescantes chichas moradas para la sed. Poco a poco los más pequeñines iban cayendo sobre los regazos de sus madres y el tío Américo sabía que era momento de pasar suavecito a otras pistas más arriesgadas. Era entonces la hora del rock en español: Bienvenidos los Hombres G con su Vamos juntos hasta Italia quiero comprarme un jersey a rayas y el despechadísimo sufre mamón devuélveme a mi chica o retorcerás entre polvos pica pica. Proseguía con la disparatada Chica tartamuda de Instrucción cívica, continuaba con una divertida Yo no me llamo Javier, para luego pasar a una buena Muralla verde de los entonces jóvenes Enanitos Verdes, más tarde Persiana Americana de mis hoy amados Soda Stéreo y la rebeldona A quien le importa de Alaska y Dinarama. Caía la tarde cómplice y les tocaba el turno a los argentinos de Virus. Mi corona por los suelos, mis trenzas desarmadas mientras cantaba inocente “llego volando y me arrojo sobre ti/ siento la música, entro en tu cuerpo/ cometa helen, CÓPULA Y ENSUEÑOOOO”. Sin saber que michi significa CÓPULA y menos imaginar que Luna de miel era una rendida oda al Onanismo.
Cuando la noche se acercaba me sentía triste porque sabía que para todos, hasta para mi madre, mi cumpleaños sólo duraba hasta las 8 de le noche. Después el interés de los demás estaba puesto en la fiesta de año nuevo. Q
ue tu cumpleaños sea el 31 de diciembre es algo con lo que tienes que vivir. Desde niño te das cuenta que el 90% olvidará tu cumpleaños porque todos se encuentran atareados buscando su calzoncito amarillo, imaginando cómo tragarse 12 uvas y visualizar sus deseos o chupando en un sucio bar, matando las últimas horas de un jodido año, pensando que el próximo tal vez será peor. Entonces, dime varón, en medio de ese mar de pensamientos, donde quedamos mi bote y yo. Caballero nomás, a sacar mi vale de resignación y a disfrutar de la última hora de gracia. Por suerte y para gozar de cada segundo final estaba INDOCHINE, mi grupo favorito a mis escasos 8 años. Vivir rodeada de adultos jóvenes tiene sus ventajas. Mientras que otros niños de mí edad ni sabían de su existencia, yo bailaba y cantaba sus canciones. Eso sí, desconociendo por completo que eran franceses (que lógicamente cantaban en francés) y sobre todo sin siquiera saber una pizca de francés. Un detalle que te enrostra que el poder de la música es capaz de atravesar idiomas, edades, razas, sexos.
Aún conservo mi primer long play de Indochine, regalado por mi tío en mi última fiesta infantil de cumpleaños. La cubierta es negra, tiene un sol rojo, dos estrellas azules y al lado una pequeña luna amarilla. En la contratapa la dedicatoria de mi díscolo tío. Adivinaron cual es. Si, es el Au Zenith. Un disco grabado en vivo allá por el 86 cuando Indochine se presentó en el Zenith de Paris.
Os dejo entonces con el video de uno de mis temas favoritos: Tercer sexo. Quien sabe de repente compartamos algunos recuerdos.

Soundtrack del post: 3e sexe, Indochine

1 comentarios:

Alerta Sabrosa dijo...

No hay nada q me pueda hacer más feliz que encontrar un cd ke nunca he escuhado y q me encante ni nada más triste como q se le acabe la pila ami mp3

t invito a ver mi blog:

http://zapadoresazules.blogspot.com/