sábado, 17 de mayo de 2008

Morir en el intento


Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero
antes de levantarnos de la cama;

pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.
Fernando Pessoa, Tabaquería

Mis dos despertadores me recuerdan que el domingo acabó. El sol que atraviesa mis cortinas tampoco miente; un nuevo lunes ha llegado y hay que sobrevivir. Busco las pantuflas y aún con los ojos cerrados, me dirijo hacia el baño para tratar de despertarme con el agua fría que empieza a correr entre mis manos. Regreso a mi habitación para vestirme, pero caigo en la tentación de la cama aún tibia. Sólo 3 minutos nada más, lo juro. Sin embargo esos tres terminan siendo diez. Como no tengo ni un cobre partido por la mitad, no puedo tomar un taxi así que solo me queda correr tras el micro de las 8 y 15 como quién hace un poco de deporte. Al subir tengo la suerte de encontrar un asiento vacío, así que apoyo mi cabezota sobre la ventana, acomodándome lo mejor que puedo para resistir la hora y pico de viaje que me espera. Mientras tanto la música, un libro o la posibilidad de recuperar el sueño perdido, se ocupan de distraerme de la angustia que me invade el saber que debo ir a trabajar.

Cuando era niña, muchas veces no quería ir al colegio. No recuerdo alguna razón en especial pero igual le rogaba a mi madre que dejara que me quede en casa tan solo por ese día. Para mi mala suerte ella ignoraba olímpicamente mis ruegos, me acomodaba la mochila, me entregaba la lonchera y zaz cerraba la puerta en mis narices. Horas más tarde, en medio de un salón de 35 niños revoltosos, no podía evitar sentirme un fantasma, observando todo como si estuviera viendo transcurrir una película, entonces angustiada me preguntaba ¿qué michi hago aquí?.
En la universidad, la cosa no cambio demasiado. Que saliera de mi casa en dirección a mis clases no era garantía alguna de que asistiera. Bastaba un poco de sueño o algo de frío para que esa angustia, ese no sentirse a gusto y querer escapar, vuelva a apoderarse de mi, alejándome de casa y de las aulas para terminar finalmente en el medio, es decir en la mera calle, deambulando por allí sin rumbo aparente, pero lejos de todo y todos.
Sin embargo, las fábulas de la época escolar y universitaria acaban para dar paso al salvaje mundo laboral, donde tu mamita no pinta y si una mañana despiertas sin ganas de trabajar, a nadie le importa porque simplemente no puedes faltar. Debes llegar puntual, marcar tu tarjeta, firmar tus entradas y salidas, cumplir tus responsabilidades con diligencia para de esa manera justificar tu sueldo y por ende tu supervivencia (o sea pagar Saga, Ripley, el cable, Internet, etc.). En ese momento ves tus posibilidades y no hay escapatoria. No puedes volver a la universidad y convertirte en estudiante eterno; menos optar por la vida doméstica dado que en mi caso hay un desconocimiento general sobre el tema. En pocas palabras no hay más remedio que desahuevarse o morir en el intento.
Fácil se escribe; fácil se lee pero este desahuevarse en un inicio implicó la invención de mil malabares para distraer mi angustia y reconciliarla con el paso del tiempo, lo cual me hizo diestra en el conteo de los minutos comprendidos entre la hora de ingreso y salida, los días que faltan para el fin de semana, para los feriados pero sobre todo para cobrar mi gratificación y largarme de aquél empleo insoportable.

De pronto el ruido de los pasos de L acercándose, distraen mis recuerdos. L, mi jefa y yo tenemos una reunión para discutir el proyecto que le hemos encargado. ¿Qué pasa, estás recordando tu época de practicante? me dice L señalando el escritorio que durante tres largos meses ocupamos yo y mis constantes ganas de huir despavorida de aquél empleo. Épocas sin duda inolvidables pero definitivamente me quedo con el presente broder, acoto sarcásticamente mientras le palmeteo la espalda, más desahuevada que nunca y disfrutando del sabor de la ironía de que ahora mi ex jefe trabaja para mi. Lero, lero.

Soundtrack del post: Open your eyes, Snow Patrol"Get up, get out, get away from these liars, 'cause they don't get your soul or your fire. Take my hand, knot your fingers through mine, And we'll walk from this dark room for the last time..."

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Podría leer horas a esta jovencita

Anónimo dijo...

Me gusta tu blog, lo encontré de casualidad por el last.fm. Tenemos compatibilidad media, pero creo que de a pocos va subiendo...;-)

saludos!

Anónimo dijo...

Sí, te atrapa en la lectura, y no quieres salir de él.

Es chévere para mí.

Anónimo dijo...

Vasquez! En que andas? cuando rajamos de Monita? ja. Nada, a Mónica la deja de ver hace mucho tiempo -bien sabes que ver en físico no es necesariamente ver-. Yo te escribo, escribo y escribo y a ti ni te interesa contestarme, quizás por eso se mantiene en mi vivo el interés por tí y es que, no he podido dejar de pensar en ti cada vez que escucho a Julieta Venegas... Esos días en que conversabamos en aquella oficina hicieron que te quedarás en mi mente.. dame al menos señales de vida pues!.
mi email: sanchez.montes@gmail.com
ojala esta vez sepa algo de ti. un beso.